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Tubular Bells: La historia de Mike Oldfield

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La fama que Tubular Bells le trajo a Mike Oldfield terminó por cansarlo. El éxito de aquel disco debut era algo que ni él ni quienes lo apoyaron se esperaban, pero lo que músico británico logró en poco más de 56 minutos quedó marcado en la historia del Rock Progresivo. Aprovechando que el disco cumplió sus primeros 50 años, qué mejor oportunidad para descubrir su historia y darle una merecida escuchada.

Mike Oldfield de joven

Nacido el 15 de mayo de 1953 en Reading, Inglaterra, Michael Gordon Oldfield creció en una familia donde la música estaba presente de forma intermitente. El artista recuerda a su padre, Raymond, tocando la guitarra para amenizar la temporada decembrina. Fue en la infancia en donde se empezó a interesar por aquel instrumento, y tan pronto lo tuvo en sus manos comenzó a explorar.

El chico aprendió como pudo, un poco de oído, tomando notas. Le copiaba a sus referentes Folk como Herbert Jansch, quien más adelante fundó la banda Pentagle. A los 10 años tocaba una guitarra acústica de 6 cuerdas con facilidad. A los 12, Mike se ganaba algunas libras tocando en bares folk.

Al ver esto, su hermana, Sally, lo invitó a colaborar con ella. En 1969, el dueto The Sallyangie (integrado, por supuesto por los Oldfield) lanzó su disco debut, Children of the Sun. Te recomiendo escucharlo para encontrar los hilos folclóricos que colorearon el resto de los trabajos musicales de Mike.

A los 17 años se unió a Whole World, proyecto liderado por Kevin Ayers, ex vocalista de Soft Machine. Allí comenzó tocando el bajo, aunque pronto (Se hicieron buenos amigos y eventualmente Mike se mudó a su departamento.

Lo que realmente lo marcó en aquella época, más allá de todo el talento que demostraba en el escenario, fue un viaje de LSD que lo llevó hacía donde no estaba listo. Poco después tuvo una crisis nerviosa cuyas secuelas continuaron por varios años más. En este periodo cambió su visión del mundo: “La música era para mí más real que la realidad”, recuerda en el documental Tubular Bells: The Mike Oldfield Story.

Lo que sucedió durante y después de Whole World

El Whole World era la banda de acompañamiento de Kevin Ayers, quien en 1969 publicó el increíble Joy of a Toy. El joven Oldfield se integró para el segundo LP, Shooting at the Moon, lanzado al mercado en 1970. Las grabaciones se llevaron a cabo en Abbey Road, lo que le abrió un mundo de posibilidades el muchacho. Según las anécdotas, Mike llegaba antes que todos para tocar a su antojo cuanto instrumento hubiera disponible.

Un año más tarde, Ayers se olvidó de “Whole World” pero, al seguir en contacto con Mike, le regaló una grabadora portátil de dos pistas con la que el músico empezó a explorar. Con algo de ingenio, Oldfield bloqueó el cabezal de borrado de la máquina de cinta. ¿Por qué? Bueno, al hacer esto, cuando grababa una nueva pista, no borraba la anterior. Podía grabar un instrumento en una pista, luego transferir esa grabación a la segunda pista, y luego grabar un nuevo instrumento en la primera sin borrar la grabación original. El resultado eran piezas complejas y ricas en texturas.

Cuando 1971 estaba por terminar, el multiinstrumentista tenía cuatro temas listos que eventualmente se convirtieron en pasajes de Tubular Bells. Su principal influencia fue el épico proyecto musical Centipede, agrupación de más 50 talentos que publicó un solo álbum: Septober Energy, y cuyo concepto sonoro (una extensa canción que abarcaba cada lado del disco) pronto ayudó a darle forma a los demos que había trabajado.

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Mike Oldfield

También por esas fechas, Oldfield se integró a las filas de los músicos de sesión de Arthur Louis, grupo que grababa en el Manor Studio. Este recinto tiene su propia historia en el mundo del Rock y es que había sido adquirido por el joven emprendedor, Richard Branson.

Branson había iniciado con una tienda de discos, pero para este momento de su vida sus planes eran mucho más grandes. En 1972 fundó, junto con Nik Powell Virgin Records, cuyo nombre se debe a que nadie de los primeros empleados tenía idea del negocio de la música. Lo siguiente que hizo fue comprar una enorme casa de campo, la cual comenzó a transformar en un estudio de grabación, así se creó el famoso Manor Studio.

Y allí estaba tocando Mike Oldfield –como músico de sesión–, hasta que un día tomó el valor y se acercó al equipo de producción de Richard: Tom Newman y Simon Heyworth. Hay que decir que nuestro músico era bastante malo en sus interacciones sociales por lo que compartir su trabajo representó un reto. El primero en escuchar fue Tom, quien, entusiasmado, le compartió el hallazgo a su colega. El hilo de apreciación continuó y no faltó mucho para que un demo llegará a las manos de Branson.

Esto, sin embargo, tomó tiempo y, al ver que sucedía nada en Virgin, Mike optó por compartir sus demos a otras disqueras, como EMI y CBS. Lo que recibió como respuesta fueron rechazos: la principal queja radicó en la ausencia de voces en sus temas. De acuerdo con la anécdota oficial, Oldfield estaba a punto de empezar a contactar a disqueras de la Unión Soviética cuando de pronto recibió una llamada: Richard Branson quería conocerlo.

Tubular Bells en el estudio

Mike y Richard pronto se hicieron buenos amigos. El emprendedor le dijo que no tenía cómo financiar su disco debut, pero le propuso darle alojamiento en el Manor Studio. “Había mucha gente corriendo y haciendo cosas. Teníamos cocinero, así que me servían grandes platos de comida maravillosa, e hice muchos amigos nuevos”, recuerda Oldfield charlando con Louder Sound.

Oldfield no se guardó nada y comenzó a pedir instrumentos para su gran obra. Aquí es cuando entran las campanas tubulares que dieron nombre al disco: mientras se encontraba trabajando en su álbum, Michael vio dicho instrumento pasar por los pasillos de la mansión. John Cale lo había utilizado y, viéndolo disponible, pidió que se lo dejaran.

A pesar de que Oldfield vivió en The Manor cerca de nueve meses, las sesiones de su proyecto se dividieron en dos momentos bastante breves y espaciados. Lo que hoy conocemos como la primera parte de “Tubular Bells” comenzó llamándose “Opus One” y contó con más de 270 sobregrabaciones.

Era noviembre de 1972, Mike y su gente tuvieron una semana para terminar de grabar la primera parte del ambicioso proyecto. Tom Newman, uno de los productores del álbum recuerda que este periodo no fue sencillo para el joven de 19 años, quien todavía estaba lidiando con las secuelas de su crisis nerviosa. Múltiples son las historias que retratan al músico llorando en plena grabación.

Incluso con aquellos altibajos el esfuerzo no cesó. Parte de la gran anécdota detrás de la grabación de las dos canciones que componen Tubular Bells, es que prácticamente todos los instrumentos fueron interpretados por Oldfield. Hablo de unos 20, que van desde oboes, glockenspiel, órgano, piano, corno francés, una variedad de guitarras, tuba, percusiones y demás. Por si esto no fuera suficiente, también se encargó de efectos electrónicos, como bucles de cinta y sintetizadores.

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El momento cumbre de este periodo te lo contamos en nuestro especial de discos de 1973, pero te lo resumo. El joven multiinstrumentista era sumamente perfeccionista y un buen rato estuvo insatisfecho con el sonido que las campanas tubulares daban. Probaron con diferentes mazos y nada. La prueba final fue con un martillo común y corriente, pero efectivo para complacer a Mike —y para romper las campanas.

Lo único que Michael no interpretó fueron la batería, a cargo de Steve Broughton y el contrabajo, interpretado por Lindsay Cooper. Otro personaje clave es Vivian Stanshall de la banda de Rock cómico, The Bonzo Dog Band. Su papel en “Tubular Bells Pt. I” es la de maestro de ceremonias, presentando a cada uno de los instrumentos, algo que anteriormente hizo en el tema “The Intro and the Outro” (1967).

Para agregarle dramatismo a esta parte de las grabaciones, Mike Oldfield se empeñó en que toda la pieza (de 26 minutos) se grabara en una toma. Esto, por supuesto, conflictuó a más de alguno de los presentes, incluyendo a Branson. Sin embargo, el músico se salió con la suya y hasta la fecha está orgulloso de que la canción que conocemos quedara lista en tan poco tiempo.

Pasaron algunos meses para que volvieran al estudio. Trabajar en la segunda parte de “Tubular Bells Pt. II” le tomó al joven el resto de 1972. Sin embargo, la estancia en la gigantesca casa de campo le permitió explorar a su antojo. Oldfield volvió, luego de unas vacaciones familiares de fin de año, y, de febrero a abril de 1973 completó el LP.

Una portada surrealista

La portada de Tubular Bells me encanta. La campana torcida flotando en el cielo es surreal e impactante. Trevor Key, diseñador que ya había trabajado antes con Pink Floyd, fue el encargado. ¿Si te digo que aquella extraña forma se inspiró en Mike rompiendo las campanas tubulares de John Cale, me creerías?

El LP, producido por Tom Newman y Simon Heyworth, se publicó el 25 de mayo de 1973. Fue el primer disco lanzado por Virgin Records. Las ventas empezaron despacio hasta que la magia del cine hizo lo que tenía que hacer.

William Friedkin, director de The Exorcist (1973) estaba buscando la música para su película de horror, y, sin esperarlo se encontró con el disco de Mike. La historia más conocida es que Friedkin visitó a un amigo de Atlantic Records (distribuidores de Virgin en Estados Unidos) y por pura curiosidad puso el acetato. Al escuchar el riff del órgano, no dudo en incorporarlo en su producción.

Hoy sabemos que The Exorcist fue un éxito y con ello, la carrera de Mike Oldfield, un joven de 19 años hasta ese momento desconocido, llegó a alturas insospechadas.  “Tubular Bells Pt. I” tuvo dos sencillos uno en Estados Unidos y Canadá y otro para el resto del mundo, por supuesto, el fragmento elegido es el que aparece en la película.

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Las dos canciones de Tubular Bells

Como buenas canciones de Rock Progresivo, la gran pieza (dividida en dos) que compone Tubular Bells se extiende hasta donde la creatividad alcanza. Con el “problema” del tiempo resuelto se abre la posibilidad de divagar y explorar diferentes motivos y sentimientos. Ambas canciones, colocadas cuentan con su propia narrativa y con secciones fáciles de distinguir.

Tanto la primera como la segunda parte de “Tubular Bells” dan a conocer los intereses que el músico exploró desde la infancia. El resultado es una mezcla de efectos electrónicos con motivos folclóricos, académicos y rockeros. Esto a su vez nos deja escuchar una interesante variedad de melodías, ritmos, tonos, armonías.

El riff que ha llevado al disco sobre sus hombros es el que nos recibe desde el primer segundo en “Tubular Bells Pt. I”. Mike, inspirado en los trabajos minimalistas de músicos como Terry Riley, quería construir una sucesión de notas lo suficientemente únicas para dirigir su aventura sonora. Con una ligera variación del compás 16/8, el piano que abre el telón es distinto y encantador.

El tema avanza añadiéndole color a sus texturas, no hay que esperar demasiado para que el riff inicial se vea rodeado de otros instrumentos. El bajo, por ejemplo, es uno de los primeros en acompañar y su línea se mantiene melódica y constante. Luego están las guitarras, que habían acompañado al multiinstrumentista desde el comienzo de su historia musical.

Hay tres guitarras que vienen y van durante ésta y la siguiente canción: eléctrica, acústica y española. Siendo el instrumento con el que el artista se desempeñaba con mayor soltura, su sonido se convierte en una brújula para quien escucha. Los efectos de sonido ayudan a potencializar a la guitarra que eléctrica que, durante los primeros 10 minutos se presenta tanto con una claridad afilada como un tremor que buscaba acercarla a una mandolina.

En cuando a su narrativa, “Tubular Bells Pt. I” nos lleva de lo campirano (con flautas y glockenspiel) hacia la densidad de un órgano que aúlla desde la oscuridad. Justo después, cruzando la marca del minuto 10, el tema se vuelve soleado de nuevo, con una serie de diálogos entre las diferentes capas de guitarras acústicas. Poco después, es la guitarra eléctrica, y sus diferentes personalidades electrónicas, la que nos encamina a la segunda parte del track.

El lapso entre el minuto 13 y 17 conserva el sinuoso movimiento entre lo acústico y lo rockero. Tenemos rasgueos de guitarra mucho más violentos así como arpegios luminosos, pero también coros sonrientes y de campanas que vibran desde la soledad. Lo que sigue después es una verdadera fiesta, me refiero a que, luego de construir un riff tan sólido como el de apertura, nos acercamos al final en donde los veintitantos instrumentos se despiden como en una obra de teatro.

“Grand piano”, dice Vivian Stanshall, “Glockenspiel”, “Bass Guitar”, “Double Speed Guitar”, y continúa. El ultimo instrumento en aparecer son las “Tubular Bells”, con las que llegamos a la parte final del tema, lo cual queda claro desde el momento en que los coros femeninos hacen su aparición angelical. Un suave fade out va apagando las luces, dejando que el cálido sonido de una guitarra acústica de las notas finales.

¿Vaya viaje, cierto? Es fácil comprender el motivo por el que la canción en el lado A es la más popular, sin embargo, “Tubular Bells Pt II” cuenta con sus propios momentos memorables.

El inicio es apacible. La guitarra, el bajo y unos teclados opacados se muestran desde el comienzo. Sin cambios tan radicales como el primer track, la segunda parte se enfoca más en dibujar un paisaje sonoro soleado. No es hasta cerca del minuto 8 que, con el efecto de mandolina y un nuevo coro femenino, la pista comienza a tomar una nueva altura. En esta parte se escucha uno de los mejores momentos de Mike en la guitarra.

La transición hacia la segunda mitad es marcial, cambiando por completo lo que se había escuchado previamente. Con timbales marciales y una batería poderosa a cargo de Steve Broughton, llegamos a la parte conocida como “El Cavernícola”. Se trata de una sección con un ritmo un poco más acelerado que presenta a Mike gruñendo gravemente. Aullidos, coros, acordes de piano y rasgueos se entrelazan en un momento para saltar agitando la cabeza.

Para interpretar aquellos alaridos primitivos, el chico de 19 años se bebió media botella de whisky antes de comenzar. Un ebrio Mike, harto por tener a Richard Branson encima pidiéndole una canción con lírica, pidió que lo grabaran en corto. De acuerdo con Tom Newman, Oldfield no paró de gritar por al menos 10 minutos. Luego del esfuerzo, se cuenta que el músico perdió el habla por al menos dos días.

El ritmo y ambiente de “Tubular Bells Pt. II” se vuelve a calmar después del minuto 16, en donde la fusión del órgano, bajo y la guitarra dan una sensación completamente aérea. Hay una emotividad y transparencia en los dedos de Mike sobre las cuerdas que me hace pensar en lo que otros guitarristas como David Gilmour estaban explorando ese mítico 1973.

Cuando restan solamente tres minutos, la armonía de todos los instrumentos adelanta el amanecer con un sentimiento conmovedor. Y después algo diferente, un momento que alegra a chicos a grandes: “La Gaita Marinera”, una melodía tradicional y un baile ligado con orígenes en la Marina Real Británica.

Un clásico en el rock progresivo

Como tantos, crecí escuchando a Mike Oldfield sin saberlo. Fue un hallazgo alegre descubrir quién era el creador de “la canción del Excorcista”. Cuando conocí su historia pensé que sería bueno compartirla contigo; su labor detrás de tantos instrumentos para crear la gran obra que es “Tubular Bells” es de celebrarse.

Además de su colorido, pienso que esa mezcla de influencias (académicas, folclóricas, etc) le da a cada uno de los pasajes una personalidad propia. Por supuesto que otras bandas de Rock Progresivo lo estaban haciendo en formas distintas, pero tener a Mike Oldfield en el abanico que de los mayores exponentes del género no solo es justificado, también disfrutable.

¿Ya conocías la música de Mike? ¿Qué opinas de Tubular Bells en su conjunto? Si te gusta el Rock Progresivo, nos agradaría leer qué otras bandas disfrutas.

Por último, algunas recomendaciones de Columna Musical para que sigas descubriendo buenas historias de grandes bandas: